Cierro los ojos
con fuerza tratando de mantenerte en mi cabeza. Pero mi mente es cruel. Me devuelve
tu sonrisa. También tus ojos, que siempre han brillado al verme. Con la serenidad
de quien conoce qué le depara, y lo acepta pero no se resigna. Me devuelve tus
manos cuando agarraban las mías, que ahora ya no saben lo que es sentir calor. Tu
delicadeza, tu pausa. Todo lo que te hacía especial, y que ahora extraño tanto.
Lo extraño
porque no he sabido apreciarlo cuando lo tenía enfrente de mis ojos. Parece muy
común, casi universal diría. Casi inevitable. Pero lo cierto es que no termino
de comprenderlo. ¿Por qué nos damos cuenta de la grandeza de las cosas sólo
cuando no las poseemos? Quizá sea por pudor, por no querer mostrar nuestros
sentimientos. Esos que algunas personas se empeñan en guardar bajo llave, en un
cofre a millones de kilómetros bajo tierra.
Ahora entiendo
que nada en el mundo es tan importante como para frenar los impulsos que me
provocan lo que siento. Sentir significa que estamos vivos. Que podemos
demostrar a alguien cuánto lo apreciamos, queremos, amamos. Simplemente que
podemos hacernos felices y, sobre todo, ofrecer felicidad.